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Así opinan

A las aves del amor eterno

Escrito por Enrique De Luque Palencia

El aroma de la mañana decembrina despierta los agradecimientos adormitados por la ceguera natural de la existencia. Con amor inmedible han estado frente a mí, como custodio de mis días, soportando cada fracaso, celebrando cada paso, cada palabra, cada logro, muchas veces en silencio, con la mirada de orgullo, con destellos que, el deber cumplido puede otorgar.

La historia del idilio inicia en las playas de amor de la ciénaga de zapatosa. El encuentro de las aves migratorias se dio una tarde de sol de verano, más rojo que nunca como premonición de la pasión que aún conservan. Con las alas agotadas y el plumaje cargado de recuerdos, de experiencias, blindados de amor. Ahora más lentos, continúan en el nido, mantienen la primavera eterna hablando lento, representando lo eterno.

Ella llegó con la altivez y elegancia heredada de la tierra bañada en oro, con hermosos paisajes, su aroma natural a sabana, serranías y rio. Alzo vuelo para buscar en la ciénaga y sus playas el reposo que no encontraba en la abundancia de su tierra natal.

El ave migratoria cargaba en sus haberes hacer parte de la elegancia de los flamengos rosado de su estirpe guajira, elegante, fuerte, galán, atractivo; del mar a la ciénaga, cruzo la sierra nevada, para descansar en las playas de amor.

Se zambullen a refrescarse en las cálidas aguas, se regocijan al tomar el sol, las miradas se encontraron, el aleteo con las alas mojadas demostración clara, espontanea, natural de la atracción. Sin mucho preámbulo buscan refugió, acordaron tejer juntos la historia de sus vidas, se amalgamaron las alas, las unieron para volar juntos.

El nido, ese nido tejido con pasión, ilusión, sueños, proyectos anudados con respeto, fidelidad, honestidad, paciencia y tolerancia. Nacen cinco polluelos, son alimentados con valores, principios; desde la ventana del nido les van mostrando el entorno, la vida y sus misterios. Todos los días alzaban el vuelo, de manera responsable realizaban todas las actividades que le permitiera alimentar a sus polluelos, enseñanza sustentada en el ejemplo y no en el discurso.

Al atardecer llegaban cargados de alegría, optimismo, anécdotas y alimentos, una espera llena de expectativas, casi siempre el pájaro trae en su pico mucho más que el solo sustento.

Ver arribar al nido, a los tortolos es la mayor sensación de alegría que he experimentado, a la distancia la figura del héroe iluminaba la tarde, los pequeños en competencia del quién lo abraza primero, corrían al encuentro; el premio mayor el primer abrazo y ser lanzado por los aires, por los brazos más cálidos y fuertes que pueda existir, era tocar el cielo con las manos. No existía, ni existirá un momento más sublime que ese.

Hoy permanece el nido con las aves del amor eterno, más sabios, amorosos y aferrados a la vida, luchando con el tiempo, hablando de su pasado, de sus logros, avistando el retorno escalonado de sus pájaros que siguen siendo sus polluelos.

Ya no hay lanzamientos por los aires, queda algo mejor, en cada visita, la motivación, la inyección de amor eterno. Todo el agradecimiento para ellos, hoy valoro lo que por mucho tiempo no entendí ni comprendí, que torpe y ciego estuve, no alcanzan las palabras para expresar el sentimiento, por ello este humilde reconocimiento.

Valoro y atesoro esa frase del pájaro guajiro, “la vida se encarga de ubicarte, aprenderás a disfrutarla”; de la compañera, el ave llegada del sur, “el perdón es el castigo de las almas nobles”.

Soy el pájaro que intenta volar muy alto, añorando siempre el retorno al nido paterno, para recibir los abrazos, tocar las estrellas, escuchar los alientos, disfrutar y continuar.

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