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Cirirí Del Jirafo

El barrio frío del valle

Cirirí del jirafo

Escrito por Alberto Muñoz / @albertomunozpen / elhijodedonjulio@gmail.com

La magia inherente a la capital mundial del vallenato, yace en la brisa cantarina que susurra frescor al final de la tarde, cuando el movimiento de nubes que retozan por el cielo vallenato, indican que la tarde se transforma en tardecita, a pocos milímetros emocionales de la noche. Es cuando surge la importancia de un peto caliente, la romántica arepa de queso y un par de lijas de bofe, como remedio infalible para la desarticulación del trópico que, a todos nos aturde, desde las seis de la tarde. Es la hora del sentimentalismo, de la nostalgia a flor de la piel y el resquebrajamiento interior es tan intenso que desorganiza las emociones, las motivaciones, las frustraciones y las ilusiones, moviéndolas en dirección exterior lo cual se refleja en la “inquietud” de lo material: se desprenden mangos biches del gajo, canta un gallo desorientado, se descuelga el cucharon del gancho “seguro”, crujen los taburetes sin razón aparente, traquean puertas cerradas, trepidan lámparas ajustadisimas siempre, descorrense lágrimas que en otro tiempo ni se asoman. Es el momento sublime que evoca épocas felices y recuerda a los ausentes. Ah ¡la transición fugaz de la tardecita a la noche! Es un momento de incertidumbre y de recogimiento de la fauna, las gallinas buscan su troja mientras los lobos polleros, azules o grises, van a la cueva en andanza resignada, cansada y desprovista de afanes vengativos.

La hora de la nostalgia, entre las seis de la tarde y las sienta de la noche, es posible superarla con recogimiento y masticación. Nuestros mayores, se banqueteaban a escuchar noticias por la radio y en un abrir y cerrar de ojos se aprovisionaban de café, yuca asá’ o arepas de queso y una buena taza de agua de panela, buena por la posibilidad de repetir, panderitos y un vaso de fresca chicha, o de la que habia.

Fuera de “la casa”, es la hora del ‘desmadre’, de la recordación del hogar, la franja propicia para sentir la distancia y es cuando las lágrimas, recorren sin permiso, la planicie facial, deslizándose hasta el vacío como señal inequívoca de que, lo que lo que Gabo denominó el olor a guayaba, taladra el sentir personal. Es una especie de estremecimiento del alma, impotente ante la separación geográfica y corporal pero, en gracia del nudo gordiano emocional, ligados para siempre con esa fuente de recuerdos.

Sabido es que Valledupar reina en el Valle de Upar, por su condición mágica que la hace especial para quienes la habitan y apetecible para los que no la conocen pero de ella saben. Y magistral, para quienes la visitan. Es una experiencia enaltecedora y por momentos se quisiera no haber nacido aquí para experimentar lo que se siente cuando se la avista por vez primera.

Tierra de experiencias gratas, para propios y visitantes, cuna epicentrica del vallenato, de la música vallenata tradicional. Un villanuevero de nacimiento, Vallenato como el que más, visionario y gran compositor, plasmó en versos, con melodía y gusto:

Valle a ti, cantaré, yo soy tu pregonero

el que canta bonito, lo versos del pilón

te diré que yo soy, el de sangre mezclada

el que narra su historia, con caja y acordeon

yo soy chimila, soy bullerengue, soy andaluz, pero nativo

soy romancero, yo soy sonero, soy merenguero, pero nativo

soy nativo Del Valle, también de La Guajira

y de Francisco el Hombre, Del Valle del Cacique

y canto y canto, por mi continente

y canto y canto, pa’ toda mi gente

Papá toco carrizo, Papá tocó marimba

Cantaba los cantares, que dio esta tierra linda;

Por qué razón dicen que mi merengue, viene de las Antillas,

y no de Patillal

por qué razón dicen que nuestro son, y que viene de Cuba

y no del Paso Cesar;

soy nativo Del Valle, soy nativo del Valle,

soy nativo Del Valle, el Valle del Cacique.

 El Valle al que se refiere mi tocayo Beto Murgas, es el histórico Valle del Cacique Upar, el Valle de Upar, el mismo ‘País Vallenato’ en la visión integracionista del Dr Aníbal Martínez Zuleta. El territorio descrito por el abogado, investigador, compositor, ambientalista e historiador, Tomas Dario Gutierrez Hinojosa, en su obra Cultura Vallenata: Origen, teorías y pruebas, en páginas 54/55, “(…) el valle situado entre la Sierra Nevada, la cordillera de Los Andes, el río Magdalena y el sur de la península de La Guajira, en el sector precisamente bañado por la primera parte de los recorridos de los ríos Cesar y Rancheria (…) La nación chimila no era un pueblo disperso ni trashumante; además de su ciudad capital, situada en el mismo lugar de la actual Valledupar (…)”.

Nada ha sido de aparecimiento aislado en lo que tiene que ver con la Cultura que nos es común, cada circunstancia, bien natural, cultural material o inmaterial, tiene su razón de ser y es un aporte, un ingrediente o una necesidad para la completud de lo iniciado por hombres y mujeres valientes, juglares, intérpretes y compositores, cultores de la palabra y tejedores de historias, componentes esenciales de la vallenatia.

La Sierra Nevada es el sistema montañoso litoral más alto de Colombia, con superficie aproximada de 17.000 kms2, se encuentra separada de la cordillera oriental (serranía del Perijá) por el sistema de Valles que forman los ríos Cesar y Rancheria. Allá, encima de plan de Salas y arriba de la hoyá’ se ubica Pueblo Bello, Municipio del Cesar que durante gran parte de su historia fue corregimiento de Valledupar. A 1250 metros sobre el nivel  del mar, con más de veinte mil habitantes y extensa tradición histórica, cultural y agrícola. Centro de influencia y provisión indígena, de la etnia Aruhaca, con un pasado importante de superación de la adversidad geográfica y amplia productividad agrícola, de manera especial en café, frutales y atractivo turístico por el bello paisaje, las disponibilidad hídrica y el clima agradable que atrae, amaña y conserva. Tierra de gente laboriosa, amable y servicial. El más emblemático de sus hijos, mi padrino, Crispin Villazon De Armas, quien vivió orgulloso de su pueblo, del que, decía se convertiría, más temprano que tarde, en el barrio frío del Valle.

Con el incansable, leal y servidor, Beto Negrete, subían y bajaban, como “Pedro por su casa”, cuando la vía a Pueblo Bello, era un remedo de trocha, con peligros pero el hijo de Urumita se mantuvo invicto, de noche como de día. En aquellos tiempos cuando ir era complicado, nos enseñó a mirar hacia el futuro. Mis padres lo hicieron y allá nació este gigante. Un visionario marcó la ruta y gracias a él, pervive el progreso.

Del alma de un poeta, compositor y contador, fluyen versos eternos: “Estoy en Pueblo Bello como de costumbre, disfrutando su clima y sus bellos paisajes, veo como en sus montañas desfilan las nubes, como en el azul del cielo las más lindas aves, (…) espléndida imponente se ve la nevada, de sus nieves perpetuas nos baja la vida, por el ariguani en sus cristalinas aguas, que hacen fértil mi tierra y le dan alegría; si por casualidad vas de paseo a Pueblo Bello, seguro que te amañas y que vas a regresar, es un bello jardin paraíso es un ensueño, un den para el turista pa’ vivir o veranear, es un bello jardín paraíso es un ensueño, es el más bello edén que uno se puede imaginar (…)”. Ramón “Monche” Duque, con corazón renovado, comparte su visión musical de Pueblo Bello, remanso de paz y verdor.

Por su cercanía a Valledupar, constituye un campo de oportunidad como parte de la la atracción turística, cultural y ecológica del Valle de Upar y de la ciudad como tal con las bondades del “vecindario”. Cuenta como destino turístico, etnico, cultural y como puerta de entrada a la cultura ancestral y a la Sierra Nevada. Actividades ligadas al descanso, la recreación, el avistamiento de aves, el senderismo y muchas otras, son practicables en esa tierra bellísima que es Pueblo Bello. Una gama de hoteles, hostales y casas de recreo, con La Helenita y don Manuel Montaño, a la cabeza, permanecen listos para atender a visitantes y más. Mucho más ahora con la buena carretera, gracias a la oportuna como efectiva vigilancia de la Contraloria General de la Republica, en tiempos del entonces contralor general, Edgardo Maya Villazon.

Recargar baterías con el frescor circundante, la brisa fría proveniente de la Sierra y zambullirse en las aguas gélidas del pozo Crispin, como tantas veces lo hicimos con mi amigo y hermano, Hebert Maldonado Mestre, en Pueblo Bello, el centro emocional de Hugo Rudas Villazon, Silvano y Aníbal Segundo Gómez, es emular la gesta diaria de quienes valoran lo mejor.

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