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Serpiente Naranja

ARTE ZEN

Escrito por Cristina Díaz @crisdiaz48

“…es tan difícil entender las escrituras de los sutras,
que las verdades del Budismo sólo pueden
ser comprendidas a través del arte.”
Kobo Daichi

El arte Zen, casi que el arte del silencio, en algunas oportunidades se piensa que es el arte del Budismo, puede ser verdad pero en un mínimo de casos. Algunas artes tradicionales del Japón se reflejan en el sentido Zen. En realidad, aquello que llamamos “Budismo” es algo mucho más complejo, variado y contradictorio de lo que en primera instancia puede parecer. Lo cierto es que el Budismo es una religión que logró conquistar a las masas y a las grandes naciones del Oriente y que se desplazó desde la India hacia el Tíbet, la China y el Japón, en un recorrido que llevó varios siglos. El Zen es una de las estaciones de ese recorrido, quizás, una de las que se han hecho más notorias por la importancia que tuviera en el desarrollo de la cultura japonesa.

También es cierto que el Zen no es una corriente mayoritaria del Budismo, ni mucho menos; ni siquiera aquella que tuvo más adhesión popular, sino que, en realidad, durante mucho tiempo fue una secta chiquita esotérica, dedicada a un conocimiento secreto. Sólo a partir del siglo XII-XIV, cuando la clase dominante del Japón de esa época, los Samurai, adoptaron a la escuela Zen como guía para la acción, comenzó su difusión que, más tarde, llegó a ser multitudinaria. Uno de los expositores fue Daisetz Suzuki, ese gran escritor de la Escuela de Kyoto, quien dijo “el Zen es el carácter japonés”.

Al pasar tantos siglos de desarrollo de la cultura Samurai y la cultura popular vinculada al Zen, este empezó a ser uno de los trazos distintivos de la propia cultura del Japón. Hasta tal punto que, aun hoy en día, resulta difícil separar la actitud, o la perspectiva Zen de aquello que es una conducta adquirida, una segunda naturaleza, que se aprecia en una serie de actos cotidianos de los japoneses. A los occidentales nos llama la atención, esa absoluta concentración que se pone en cada una de las pequeñas cosas de la vida, la absoluta devoción a las tareas, por más simples y humildes que éstas sean y la capacidad de que en el contexto de una sociedad de consumo, masiva, ruidosa y polucionada –como son todas las sociedades industriales–, los japoneses logren guardar una particular relación con su interioridad, un espiritualidad privada en el medio de lo colectivo. Ésta es una de las herencias más notorias que ha provocado el estudio del Zen durante generaciones.

Recordemos el recorrido geográfico: aparece en la India y es llamado Dyana o meditación, en China el mítico Boddhidharma (japonés Daruma) funda una escuela que alcanza su máximo desarrollo con la figura de Hui neng (japonés Eno), desde allí atraviesa el mar del Japón y se establece en Kamakura, la sede del gobierno Samurai de los Minamoto; los grandes shogunes Hojo ya cuentan con sus consejeros Zen, como el célebre Bukko, maestro de Hojo Tokimune, desde allí va generando una matriz de múltiples expresiones que alcanzan su apogeo cuando los Ashikaga incluyen a varios maestros Zen entre sus doboshu y la escuela triunfa en Kyoto la capital imperial.

También es cierto que el Zen no es una corriente mayoritaria del Budismo, ni mucho menos; ni siquiera aquella que tuvo más adhesión popular, sino que, en realidad, durante mucho tiempo fue una secta chiquita esotérica, dedicada a un conocimiento secreto.
También es cierto que el Zen no es una corriente mayoritaria del Budismo, ni mucho menos; ni siquiera aquella que tuvo más adhesión popular, sino que, en realidad, durante mucho tiempo fue una secta chiquita esotérica, dedicada a un conocimiento secreto.

Florece durante estos siglos los distintos “caminos” que el Zen abre en la cultura japonesa. Para terminar podemos afirmar que el Zen no es un Logos, no es un pensamiento teórico, ni una perspectiva metafísica, es una práctica, un ejercicio espiritual, ese aspecto de la filosofía occidental tan olvidado, en función de los desarrollos teóricos, pero que, en la antigua Grecia era entendido como el aspecto más importante de la práctica filosófica, a saber, la vieja idea socrática de conocerse a uno mismo.

 

Una vez, se le preguntó a un Maestro ¿cuál era el primer principio del Zen?, y él respondió: “Si yo lo dijera, ya sería el segundo principio.” “El principio está más allá de la razón y más allá de las palabras”. Podríamos decir que en el Zen el principio es el silencio, el principio es algo inefable, que se aprehende, se experimenta o se intuye a través de ciertas prácticas configuradas en caminos. En general, son prácticas de un arte. Por lo tanto –vuelvo a la idea original– el arte es el camino para comprender la práctica del Zen. El arte también es el camino del cuidado de sí, es la forma de cultivarse a uno mismo. En el Zen, la posibilidad de conocerse uno mismo pasa por “olvidarse de uno mismo” porque en el Budismo, la individualidad es considerada el peor mal del hombre, el peor pecado, la mayor ignorancia y la mayor causa del sufrimiento. Es, justamente, la existencia puramente individual la que nos aleja del amor, del afecto y de las cosas más deseables de la vida.

En la historia del Zen, el arte ha sido la forma privilegiada en la que este olvido de sí se ha manifestado. Todos los que han practicado un arte, saben que en el momento en que uno pinta, escribe, baila o hace teatro, se transforma y se coloca en una posición absolutamente diferente, porque experimenta la unidad con muchas cosas de las cuales antes estaba separado.

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