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El Ecce Homo, Símbolo de Vallenatía

Escrito por José Atuesta Mindiola

El Lunes Santo, la fiesta de Santo Ecce Homo, es el día más respetado por la feligresía católica de Valledupar. El Ecce Homo es la efigie religiosa más venerada por el pueblo vallenato, y es el máximo símbolo de la vallenatía.

Algunos vallenatos incrédulos, que viven alejados de los ritos de la iglesia, se atreven a negar la creencia en los santos, pero jamás niegan al Ecce Homo. Este sentimiento de veneración lo inmortalizó el compositor José María ‘Chema’ Gómez, en su canción “Compa ´e Chipuco”:

Soy vallenato de verdad,

no creo en santo, no creo en ná,

solamente en Pedro Castro,

en Santo Ecce Homo y nada más…”

Todos los vallenatos católicos y de muchas regiones del país, llegamos en romerías el Lunes Santo a su templo, a contemplar su mirada piadosa y a percibir la sudoración de su piel, a pedir perdón por nuestros pecados, a ofrendar nuestras oraciones para que llene nuestros pensamientos de santidad y nos provea la lucidez para armonizar el presente sin evocar las injurias del pasado que soflaman la tristeza del remordimiento.

Como los humanos somos un amasijo de virtudes y defectos en las manos de Dios, esta condición de seres no perfectos y de efímeros en la fe nos hace pecadores, y a pesar de que vamos a la iglesia y caminamos la procesión con caras de santos, muchas veces nuestras intenciones quedan en sólo promesas. Se promete cumplir con los preceptos sagrados, con las leyes de la naturaleza, el Estado, la sociedad y la familia; pero el ser humano es débil a la ambición del poder y el dinero, su cualidad original de ser criatura de Dios, de nacer en inocencia, de vivir para amar y ser feliz, se sesga a las tentaciones mundanas de la opulencia, y se niega el derecho a la vida digna.

En mi calidad de vallenato católico he seguido la tradición de venerar al Ecce Homo, y con la licencia de la poesía lo aclamo: Supremo patriarca de mi aldea, tu sudor es fe ungida en mi piel, tu mirada es misericordia en mis ojos. Mi caligrafía es un lamparín de suplicas de los feligreses que llegan para que tus manos orienten la victoria y tu fe desanude las tormentas y la justicia rebose los días de su mandato. Las madres nazarenas te piden por los árboles que reducen la sed del estío, por la luna que llene de piedad al alma del guerrero y por la vida que es racimo de viento en la vendimia de los sueños.

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