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Así opinan

El Feminismo Degradante

Por Orlando José Henríquez Celedón @Orlandojhc55

Soy hijo de una hermosa y amorosa madre con un sentido del humor que heredé; hermano de tres preciosas e inteligentes damas que roban suspiros. Mi hermana mayor, desde mi niñez hasta hoy, ha sido insistente en hablarme del trato que se le debe dar a la mujer: no se habla mal de ellas, se les trata con caballerosidad y cariño, y deben ser protegidas, fueron sus principios. Sin embargo, las feministas radicales consideran que costumbres como abrir la puerta del auto a la mujer, correr su silla para que se siente a la mesa, ceder el lugar en el autobús, pagar la cuenta, y toda galantería es visto como un “acto de micromachismo”, expresión que conocí cuando intenté ceder el paso a una mujer en un elevador y ella usó este término para negarse. Curiosamente este fue acuñado por un hombre, Luis Bonino, quien lo describe como las sutiles maniobras de ejercicio del poder de dominio masculino que atentan en contra la autonomía femenina.

Existe un grupo de personas bienintencionadas, pero desinformadas, que se identifican con el movimiento feminista actual, pero que desconocen las ideas que lo rigen, lo que defiende, y la manera cómo lo hace. En este punto es imperativo apelar a la historia para hablar de las diferentes olas feministas. Agustín Laje, politólogo y escritor argentino, ubica la primera ola del movimiento feminista en los tiempos del Renacimiento (S. XV y XVI), donde mujeres de gran inteligencia lucharon por el derecho a la ciudadanía, a la participación política, y el derecho a acceder a la educación; apoyadas por un discurso de carácter liberal propio del contexto histórico revolucionario en que se desarrollaba. La segunda ola, filtrada por la ideología marxista y socialista, según Laje, fue marginada de la historia de muchos estudios sobre el feminismo, tal vez con la intención de borrar el punto en que este movimiento se desnaturalizó de su razón de ser por cuenta de un feminismo marxista originado a finales de los 60 con raíces hondas en socialistas utópicos como Saint – Simon y Fourier, pero consolidándose con Friedrich Engels, quien como buen materialista dialéctico, vio en el desarrollo de las formas de institución familiar un reflejo del desarrollo de las condiciones económicas. Para este, la aparición de la propiedad privada derrocó  el “paraíso comunista matriarcal”, trayendo consigo el régimen de dominación masculina, imprimiendo un símil determinante: “El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella el proletariado”. Por último, la tercera ola está representada en el feminismo culturista, radical y/o neomarxista de nuestros tiempos, que en realidad debería ser llamado “hembrismo”, como contracara del “machismo”.

La reseña histórica permite descifrar las raíces de la consigna del movimiento feminista radical actual, pues la lucha de clases y la lucha de sexos tienen un mismo origen, y por tanto deben unirse para acabar con el sistema que produce la dominación, con lo que se vislumbra la funcionalidad del feminismo radical con ideologías políticas simpatizantes con el antiguo discurso de “la lucha de clases”, proyecto que una vez fracasó, y está comprobado en el siglo XX con la extinta URRS y la China de Mao entre otros, y en el presente siglo con el “Socialismo siglo XXI”, mutó a la lucha entre el “oprimido y el opresor”; es así como el feminismo radical ve como enemigo y con desprecio instituciones como la iglesia, con eslogan como “iglesia basura, eres la dictadura”, por ser símbolo de la moralidad tradicional y obstáculo para el libertinaje sexual y el aborto como solución a las posibles consecuencias de este; el Estado capitalista, argumentado que esta diseñado bajo un “heteropatriarcado”, y una “sociedad falocéntrica”; y la familia natural o tradicional, la cual a partir de la revolución sexual a final de los sesenta, y con la llegada de la postmodernidad en los ochenta, tiene cambios estructurales en donde su modelo no es solo la originada de la pareja heterosexual, sino también de una pluralidad de formas de convivencia no sujetas a ninguna restricción moral o ética, generando inclusive casamientos de personas con objetos inanimados, animales (Canadá y la ley de zoofilia igualitaria), o el concepto de polimatrimonio. El desnaturalizar el concepto de la institución familiar tradicional no fue dejado al azar pues al abrir las puertas para toda clase de uniones, muchas de ellas aberrantes, pero que acabarán siendo legales, el objetivo del feminismo radical y otros movimientos que son políticamente funcionales, cumplirán su cometido de destruir la familia natural por ser instrumento opresor y restringir “la plena libertad” ¿libertinaje? de la mujer.

 Para el feminismo radical las diferencias entre hombre y mujer no son más que construcciones sociales resultado de la cultura, experiencia e historia. Por cuenta de esta postura, al nacer somos una hoja en blanco, siendo enfáticos en hacer diferencia entre sexo y género, pues el primero es un resultado biológico y el segundo es una construcción social, es decir, ambos no necesariamente coinciden. Sin embargo, la antropología desmiente tal afirmación; Donald Brown, tras un estudio etnográfico en el que observó seis mil culturas, evidenció que tenían cosas en común, entre ellas, la división del trabajo por edades y sexo. El canadiense Jordan Peterson, sicólogo clínico, crítico cultural, escritor y profesor universitario, afirma que la literatura científica indica que en la medida que las culturas se vuelven más igualitarias, como la Escandinavia, las diferencias entre hombres y mujeres se profundizan en lugar de reducirse, es decir, hombres y mujeres se afianzan más en sus roles naturales, lo que traspasa la visión de los constructivistas sociales. Lo cierto es que la naturaleza muestra claramente las diferencias; desde nuestros antepasados, el hombre, con mayor fuerza física, se enfocó en la caza, y cuando fue necesario, en la guerra, con el fin de proteger a la mujer en su posición dentro de la reproducción y la maternidad, estructurándose una división de tareas con el fin de conservar y reproducir la especie, lo que no niega que ambos sexos son iguales en importancia y personalidad, y por tanto en dignidad, pero con diferencias funcionales.

El discurso feminista de un sistema omnipresente de dominación del macho que esclaviza a la mujer amenaza principios como el debido proceso, pues ante la posible realización de un delito en que el hombre presuntamente es el victimario y la mujer la víctima, el discurso del feminismo radical es que la presunción de inocencia sea descartada para que el hombre pruebe su inocencia, es decir, el Estado ya no tendría la carga probatoria para demostrar la culpabilidad del presunto agresor, sino es este el que carga con una presunción de culpabilidad que debe desvirtuar. Es así como el hombre es discriminado desde la niñez; basta ver las campañas #NiUnaMenos que deja por fuera a los niños varones abusados, o toda la propaganda contra la violencia a la mujer en el hogar que deja por fuera a hombres que también son maltratados, pero cuyas cifras son ocultas, al igual que las de abuso sexual sufrido por hombres, por la sencilla razón que en nuestro contexto el varón siente más vergüenza que la mujer en denunciar.

El “hembrismo”, pues es contradictorio llamar feministas a quienes ven con desprecio a aquellas mujeres que por apelar a un poco de vanidad y coquetería quieren lucir bien o ven en conformar una familia tradicional como proyecto de vida, no tiene intenciones de defender los derechos de la mujer; en el fondo su discurso está gobernado por el desprecio al hombre, quien es culpable por el simple hecho de haber nacido, y lo divulgan abiertamente llevando en sus marchas, con torso desnudo, pancartas con consignas como “muerte al macho”, “aborta al macho”, “mata a tu novio”; o en expresiones como: “Todo coito heterosexual es una violación de un hombre sobre una mujer” (Andrea Dworkin); “Cuando una mujer llega al orgasmo con un hombre lo que hace es reproducir el sistema del patriarcado” (Sheila Jeffreys); “El odio político hacia el hombre es un honorable acto de toda mujer” (Robin Morgan); o “Tratar al hombre de animal es halagarlo porque el hombre es una máquina, un consolador andante” (Valerie Solanas); lo paradójico es que al macho que tanto odian es al que se están aproximando en su apariencia, comportamiento y “machismo”, ¿por qué no luchan por igualar al hombre en la edad de pensión?.

ADENDA: La Real Academia de la Lengua Española dijo NO al ideologizado lenguaje inclusivo; en su reciente publicación la institución cultural rechazó términos como “todes”, “tod@s” o “todxs”. El machismo no es un concepto que pueda ser aplicado a la gramática, por lo que recomiendo evitar el uso de expresiones como “todos y todas”, “niños y niñas”, “ciudadanos y ciudadanas”, pues este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.

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