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La U opina

El vendedor de alegrías

Escrito por Yustin Varela

Son las tres de la mañana, y en una humilde casa del barrio Mareigua, de Valledupar, se escuchan sonidos de objetos de metal, que chocan unos con otros, un aroma a café que se escapa por las rejillas de una pequeña ventana improvisada, hecha con barrotes de hierro y alambre, en medio de cuatro paredes manchadas, por el arduo trabajo del día a día, se encuentra Enrique Guerrero Sierra, un hombre de 55 años de edad, oriundo de la capital mundial del vallenato.

Ésa, es la rutina diaria de Enrique, más conocido como BlackBerry o Huawey, como lo llaman todos los habitantes de aquel populoso barrio, por su espontaneidad y carisma. Inició vendiendo chance por las calles, ése que, utilizaban una hoja hecha de carboncillo para poder escribir, pero la tecnología llegó, y con ella el chance electrónico, decide entonces Enrique retirarse de la venta de chance y mirar otros horizontes; se embarca en una nueva aventura para poder sustentar a su familia, compuesta por su esposa y tres hijos, con ahorros de su anterior trabajo compra dos termos de café, ahora confiado y descompilado porque sería su propio jefe, comienza a caminar las calles polvorientas, de aquel barrio llegando casa por casa, a los locales, colegios, conquistado a los clientes con historia, chistes y apodos; así se ganó el cariño de todos los habitantes de su barrio, aromática, chocolate de bola, café, y café con leche, eran los productos que disfrutaban los habitantes en su paladar, huawey, apodado así, decide sustituir los nombres de sus productos con el único objetivo hacer reír y causar intriga a quien logra escuchar, meque (café con leche) marihuana líquida, (aromática),un par de manos fuertes sujetan su base hecha de madera y en ella sus cuatro termos que tienen un gran parecido a una llave de agua, por su boquete puntiagudo, con ellos, cada día a las tres de la madrugada, sale a calentar la garganta de aquellos que emprenden un nuevo laborar.

Sus carcajadas, sus gritos en tono burlesco conquistan a sus clientes, su chiste, y bromas, como rosar la costilla de aquel que se acerca a él para molestar, son sus mejores herramientas en este trabajo que no le da pena practicar, dice estar agradecido porque ha sido una fuente de empleo para sacar a su familia adelante. Le pregunté en nuestra conversación acogedora en aquel patio de tierra fresca y con una pirámide de piedras a un lado, sentados en mecedoras de amachimbre, ¿cuánto, lograba ganar en un día? Me respondió: “en un día me gano hasta cuarenta mil pesos”.No podía despedirme del señor Enrique, sin hacerle una última pregunta, la cual deseaba escuchar su respuesta, ¿le gustaría tener otro trabajo? Su respuesta fue muy rápida y serena… “me gustaría, pero aquí, yo soy mi propio patrón y no tengo que entregarle cuentas a nadie, y lo que más me gusta es que con él le puedo alegrar las mañanas y tardes a muchas personas, ser el vendedor de café y de alegría”.

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