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Macondo Naranja

La Magia Curativa de los abrazos

Escrito por Victoria Navicelli

La piel es el órgano más grande del cuerpo, siente el contacto directo con el exterior y es por ello que debemos brindarle cariño y afecto. Un abrazo no sólo la recubre sino que también tiene poderes curativos.

Está demostrado que el abrazo tiene un poder extremadamente curativo y eso es porque tiene que ver con la afectividad, la comunión con la especie. Esta técnica despierta hormonas, moviliza sentimientos y emociones, aviva lo endógeno. Sólo un abrazo, bien dado, desde el corazón y en forma sincera, puede curar dolores emocionales hasta mejorar la salud de quien lo recibe y también de quien lo da.

Podemos afirmar que el abrazo existe desde que el hombre ha pisado el planeta, es milenario e incluso, la medicina más antigua, la primera conocida. Somos seres sociales y afectivos, comienza a describir Delma López -directora de la escuela Biodanza Aconcagua en Mendoza-, para dialogar sobre el poder curativo de los abrazos. Esta socioafectividad es una herramienta por demás importante ya que siendo socialmente afectivos con nuestro entorno inmediato y, también, con los vínculos cercanos, logramos mejorar la calidad de vida, incluso mejoramos nosotros mismos”, dice. Es que la intención es poder describir y explicar cómo algo tan sencillo y cotidiano como el abrazo puede mejorar y curar ciertas dolencias.

Científicamente se ha comprobado que los abrazos tienen propiedades curativas, porque el contacto con otro despierta hormonas en nuestro cerebro que potencian el sistema inmunológico, lo que nos permite prevenir enfermedades. Las endorfinas liberadas tienen que ver con la oxitocina, denominada también la ‘molécula del amor’; la serotonina, que tiene que ver con los estados de ánimo, lo emocional y la dopamina, que regula el humor, generando bienestar y armonía. Sumado a este proceso fisiológico, el abrazo también tiene el poder de hacernos sentir contenidos, protegidos y amados. Eleva nuestra autoestima, acompaña en momentos difíciles, transfiere energía y preserva la salud. ¡Si no habrá motivos para abrazarnos!

Para que un abrazo tenga un efecto biológico, y renueve nuestra parte fisiológica, tiene que durar más de 20 segundos. Durante esos momentos se mueven un sin fin de circuitos: segregamos hormonas, nos sentimos felices, contenidos y respetados. Pero el abrazo también nos rescata de momentos de soledad, afirma nuestra confianza y autoestima, despierta la creatividad, disminuye la ansiedad y la tensión, reduce la depresión, calma los dolores, alivia el estrés, nos protege y conecta con la intuición, aquieta los miedos, nos hace más agradecidos y, por sobre todas las cosas, alimenta las ganas de vivir.

En la técnica, los roles se intercambian, ya que abrazante y abrazado se abren a la experiencia, pero respetando los tiempos de cada uno para que sea un acto sincero y nadie se sienta presionado a hacerlo. Se toma la idea de que el abrazo es “dar el permiso para abrirse a la vida”, por eso cada persona necesita su tiempo y, en el momento indicado, se sentirá abierto para dar y recibir. “El hombre naturalmente es afectivo: el niño nace abrazándote, pidiendo atención, queriéndote y no siente vergüenza en decirlo; lo hace en forma espontánea; vamos creciendo y se nos va olvidando esta capacidad afectiva de entregarnos con el corazón, porque nos relacionamos con lo que está naturalizado en el mundo, que es lo patológico”, agrega Delma. Socialmente estamos abiertos a ver otras posibilidades, y la del abrazo es una de ellas.

En la actualidad, “la humanidad tiene un gran tabú que no tiene que ver con la sexualidad, sino con la afectividad -plantea López-. Nos apartamos en vez de estar juntos y esto es muy lamentable. Por eso, ésta es una época en la que se debe reforzar lo endógeno, la socioafectividad ya que, cuando logramos integrar al ‘otro’, tenemos el amor expandido” -en palabras de López- y es en ese momento cuando se puede brindar un abrazo sincero, desde el corazón y, en relación directa, comenzamos a sanar.

Esta reflexión sobre el abrazo y sus poderes curativos, tanto emocionales como físicos, nos hace pensar lo importante que es volver a nuestros orígenes. O sea: si nacemos afectivos, si cuando niños no nos avergüenza dar amor, besos y abrazos, ¿por qué dejar de hacerlo de grandes? Que no nos intimide el decir “te quiero”, “te amo”, “te necesito”. Que no nos ridiculice el abrazar a otro y entregar lo mejor de nuestros deseos y sentimientos a través de un gesto tan amplio y sincero.

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