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Cirirí Del Jirafo

Párate Verdolaga…

Escrito por Alberto Muñoz / @albertomunozpen / elhijodedonjulio@gmail.com

Fue un viernes, un minuto antes de las cinco, arribamos a “Hurtado”. Se extinguía una madrugada fría, invernosa como el canto de los gallos que, atrasados por el goteo, intensificaban la camorra cantarina, más que para, avisar del amanecer, quedar a paz y salvo con el ritmo natural. Con mi amigo Fidias Romero Campo, encontramos “llena la casa”, ciclistas, trotadores, caminadores, marchantes y uno que otro borracho en trance de desenguayabe. Encabezados por el médico dermatólogo, Jorge Villamizar, avisándole a quienes llegaban que el río estaba crecido. ¡Ninguno le entraba!

Como preludio coincidente, al acercarnos al parque del viajero pasó, muy cerca, Esdríbel en su bicicleta musical, energizada con batería de camión, con el sonido estridente e inequívoco de “Los Playoneros del Cesar, compartiéndole al mundo, en la voz de Wicho Sánchez, los versos sublimes de Nicolás “Colacho” Maestre en el paseo de siempre: “…ese es el rey del Valle que ruge, dicen los vallenatos cuando el cruje, y si arriba le cae un aguacero, tiemblan los peregüetanos de miedo”. Ya en la orilla decidí meterme y cruzar a nado, como desde niño había hecho, con el apoyo de Fidias, quien dijo que también se “lanzaba”.

Sin ceremonial alguno me aventuré, grité como Chico Cervantes “nos fuimos” e inicié la travesía con disposición, determinación y confianza. Que delicia sentir el agua fría, cual harina en carnaval, sin mayor esfuerzo me aproximé al otro lado, sintiéndome campeón y al mirar de soslayo, aprecié la admiración presente en el rostro de los espectadores de ocasión. No obstante, sin pensarlo dos veces, me devolví e inicié el regreso, con sobradez innecesaria. Me costaba más, nadé nadé, pero entre más nadaba, nada que me servía. Me sentí cansado, vencido pese al esfuerzo y mientras me llevaba la creciente, escaseaba el oxígeno, cundió el pánico, todo a una velocidad fuera de lo común y embargándome la angustia. Ante la inminencia de lo peor, mirando lejos el sitio y la gente que estaban en el punto de inicio, pensé que era el final y, cuando menos esperé, acogí los primeros tragos de agua sin tener sed, me dí cuenta que estaba en serio peligro, a punto de ahogarme, agotado y ya sin fuerzas. El desvanecimiento crepuscular parecía llegar en cualquier momento.

Me dejé hundir en posición vertical, rocé piedras que ya me maltrataban las piernas, dándome cuenta que iba en la parte más llana, pero que si no hacía algo la corriente podía estrellarme contra las rocas en la curvatura previa al ‘pozo de los caballos’. Me animé e intenté pararme pero la corriente me doblegó y seguí en mi viaje de buque a la deriva. Otra vez lo intenté y ya de pie, recobré la fuerza de la vida, increpé al queridísimo Guatapuri, ¿me vas a ahogar? A mí que te amo tanto, mandas huevillo. Sin recato alguno le propiné dos cachetadas de frente, en el entendido de que las merecía quien las daba, por tamaña imprudencia.

Con esa experiencia,  es grande la capacidad de recomendarles a quienes, en número elevado, experimentarán el ahogamiento electoral, en recorrido extenso por el Guatapuri, el Cesar, el Magdalena, hasta bocas de ceniza, en un sin fin subliminal que les permitirá seguir con vida física mientras el dolor emocional les taladra todo, insatisface la cotidianidad y, de una u otra forma, frustra el alma con idéntica sensación a la de quién, al no encontrar el dinero guardado, descubre que el bolsillo estaba roto, y por más que busca nada encuentra; recomendarles paciencia, aceptación, romper esquemas y degustar una bebida, otrora servida para paliar el dolor, el famoso calentillo: agua de panela caliente, jenjibrada, pimentosa, picante, quemante de malas influencias y templador del lagrimal. Luego, recargue pulmonar y emprender la marcha hacía la reconquista de la normalidad. Porque, como dijo el Cacique de La Junta, ¡los mejores días están por venir!

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