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Así opinan

Pulso Caribe

Escrito por María Carla Picón Chaparro
@de.zaguan.a.desvan
Santo Domingo, RD

Este sabor a sol y sal que es mi Caribe: el murmullo del mar reventando en sus orillas y malecones conjura de costa a costa.

Los sueños, las nostalgias con sus despedidas, los amores con sus secretos se impregnan de aromas, colores, texturas, sabores, sentires y ritmos amerindios, africanos, europeos. Este sincretismo que somos, gestado en la magia de nuestra tierra caribeña da cuerpo a lo “real maravilloso” al mejor estilo de Carpentier, en donde lo cotidiano se convierte en extraordinario y la vida se experimenta desde lo sensorial. Un sortilegio que infunde y confiere el poder de “hacerse” del alma desde lo genuino y lo ingenuo. En el Caribe se parte de un acto de fe.

La exuberancia del paisaje, la alegría y calidez de su gente, la mixtura de sabores y el ritmo de su música es una invocación perenne al espíritu que se anima, se enciende y expande, convocando y contagiando de una sensibilidad permanente a quien se hospede en él.

El Caribe es magia, coqueteo, seducción, despertar los sentidos; saberse vivo. Los colores son más brillantes, los sabores más intensos, los sentires más reales. El ritmo de la vida se acompasa con el pálpito primigenio, originario, mítico del mundo. Emerge lo salvaje, lo “vernáculo” que late bajo nuestros pies y sin intermediarios nos conecta con el pulso de la vida.

El arraigo, la pertenencia: la identidad de mi Caribe es más que un gentilicio, un tono de piel, un ritmo musical, un acento, o una sinuosidad. Es un sentir voluptuoso, exacerbado; un desbordamiento del cuerpo, del alma, de los sentidos. Es amar, vivir con pasión y vehemencia. Y es que en nosotros convergen los ancestros del mundo; reunimos el exotismo natural y el Alma de las culturas universales.

En Santo Domingo ahora tengo ojos y mirada más caribeños. Respiro en sus plazas y calles los tiempos coloniales. Puedo sentir el eco de los de tambores, las semillas percutiendo en las maracas y los cantos de lambí…

Escucho un son; huele a la Habana.

Estamos hechos del “realismo mágico” de García Márquez; y es que no hay manera de vivir el Caribe sin que el llanto de un acordeón apriete el pecho y estremezca la piel. La nostalgia y su humedad me llevan de vuelta al Magdalena, La Guajira y el Cesar.

Al borde del mar Caribe los azules son más turquesas, el murmullo de la brisa es un canto materno, el brillo del sol alumbra los sueños, calienta el corazón. El salitre sabe a hogar, no hay fronteras en el infinito; cualquier orilla es mi orilla de la Guaira… regreso a mi niñez, con sus agujeros blancos de conejo en la arena y todo lo que soy en libertad.

Unas congas anuncian una “bomba”; en la calle del Conde tiembla el tono de tres azules en la bandera del viejo San Juan.

Mi lengua Caribe es la de versos lisonjeros, la de la bienvenida, la de la tolerancia, la de la aceptación de la otredad. Es hermanarse con el vecino y hacerlo “uno de los míos”. Es una composición cultural que anuncia la cercanía, el toqueteo, la ausencia de pudor. Darse sin poses ni creencias. Compartir la arepa y el pan, la alegría y la pena con un “trago e’ ron”, con un bolero corta venas, un vallenato desgarrado, una bachata nostálgica, llena de amor. Es alegría y solidaridad, merengue dominicano y salsa brava siempre hermanas. Es la miel derramada sobre la amargura que nos devuelve la felicidad, la sonrisa, la esperanza y la fe.

Caribe somos: culto a Eros. Sangre caliente, viva, que se vertió sobre mi tierra paraíso para preservar el pulso de la vida y asegurarse de que las fronteras ni las ideologías quebraran lo que somos: capacidad de amar, soñar, crear y creer.

3 comentarios

  1. Maria Carla, cada adjetivo resonó en mi piel erizando mis sentidos. Mágica y real. Así es la descripción que haces del Caribe y de los que tenemos la dicha de respirar su aire salado. Gracias!

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